Soy Artal, Artal Vercan.
Mi madre era ingeniera de la compañía Origin. ¿Habéis visto los prototipos de la nueva 300i? Pues el sistema de refrigeración era de mi madre, Petra.
Mi padre, Ular, es médico del ejército de la UEE. Sólo le he visto un par de veces desde que era un niño. Anda siempre de maniobras da allá para acá, y nunca se ha preocupado demasiado por mí. Vive para lo que hace, eso está claro.
Tengo un hermano mayor del segundo matrimonio de mi madre: Howard. Tras divorciarse de mi padre, mi madre se casó con un empresario que estaba especializado en transportes, pero su absoluta pasión eran las carreras. Ron, que así se llamaba, no era mal tipo, aunque era bastante caprichoso: tenía un par de naves de carreras que usaba para competir con sus amigos. Incluso alguna vez le echaba huevos y se metía en alguna liguilla. Siempre sospeché que estaba con mi madre para que le ayudase a mejorar el rendimiento de sus naves. Incluso alguna vez yo también les echaba una mano con la Mustang Omega (y aunque no me dejaba tocarla, a veces curioseaba su joya de la corona, "Babieca", una 350R clásica de color negro y franjas amarillas). Mis mejores recuerdos de la infancia los pasamos juntos los tres en el hangar.
Me dio por estudiar ingeniería y mecánica (la verdad, es que se veía venir). No llevaba mucho cuando empecé una breve relación con Diana, una chica que estudiaba historia. Gracias a ella conocí a mi mejor amigo, un compañero suyo: Démil Colorado. ¡Démil era una frikazo! Le apasionaba la historia antigua. El tío acabó especializándose en arqueología. ¡Y era bueno el cabrón! Menudas notazas. La de holodocumentales que me ha hecho tragarme.
Mi madre murió. Ron y ella se fueron de vacaciones a hacer una ruta de planetas exóticos. La 890 Jump en la que iban de crucero, la "Mirada Bella", sufrió un "percance" (así nos lo vendieron). Un cazarrecompensas irrumpió en la nave para capturar a dos fugitivos que iban a bordo como polizones. Por lo visto, traficaban con especies protegidas. Los fugitivos accionaron cargas en la nave para intentar una escapatoria desesperada, pero la 890 no aguantó. Se partió en dos y el generador de la nave se desestabilizó y explotó. Apenas hubo supervivientes. Los restos de mi madre y Ron no aparecieron.
Como herencia, me "tocó" un pisito decente, no demasiado lujoso, lejos del centro, y algo de dinero. Sorpresivamente también me correspondieron algunas de las naves de Ron (incluso las de competición), que por algún motivo había puesto a nombre de mi madre en vez de al suyo. El resto fue para Howard, pero por lo que llegué a saber antes de perderle el rastro, había más deudas que otra cosa. Supongo que por eso las naves no estaban a su nombre.
Decidí tomarme los estudios con calma. Mientras estudiaba, empecé a trabajar como como mecánico, sobre todo de maquinaria agrícola y de construcción. No obstante, conservé las naves de Ron: me permitían trabajar en motores más sofisticados que las de las toscas y monumentales segadoras-recolectoras, excavadoras y máquinas de demolición. Eran máquinas de precisión; una delicia...
También trabajé un poco de taxista, transportista (de paquetería sobre todo) e incluso como vendedor (una experiencia a olvidar; sólo diré que acabaron despidiéndome). Trasportando paquetes a veces acabas metido en jaleos y tienes que desaparecer. Afortunadamente, nunca fue nada demasiado grave.
En una ocasión, conducía una Aurora, y llevaba unos paquetes de dudoso contenido a un tipo para el que había trabajado más veces. Por el camino paré a repostar en una estación espacial privada, y bastante cutre, todo sea dicho. Cuando me dirigía al puerto de atraque, un par de Mustangs vinieron por mi... ¡Lo vi claro!, aceleré a todo lo que daba esa chiquitina, y las embestí a las 2. Una perdió un ala, y varios estabilizadores, con lo que no pudo continuar siguiéndome; la otra, acabó metida en el flujo de plasma de los motores de una Hull E... ¡casi se achicharra!, y también abandonó la persecución. Como todavía me quedaba combustible decidí "tirar" hasta el siguiente planeta. Cuando se lo conté a Démil me puso el apodo de "Too Wild", inspirándose en "Wild Bronco", un personaje de ficción que ayuda a la Fiscalía a resolver casos, aporrea a los malos y siempre consigue a la chica. Pero hasta de la mala vida se cansa uno...
En cierta ocasión, Démil me comentó que se iba a enrolar en una expedición arqueológica a un mundo fronterizo, donde se suponía que podían encontrarse restos de una especie animal extinta, presuntamente inteligente, pero de la que todavía se sabía relativamente poco. Al parecer, un banu había comprado un par de esqueletos incompletos de esta especie a un tercero, que le confesó haberlos encontrado en dicho planeta. Tras una primera exploración se detectó que enterrada bajo la superficie parecían encontrarse los restos de su civilización. En realidad, por lo que Démil me confesó, sólo se trataba de un gran asentamiento; no obstante, no te descubro nada si te digo que los arqueólogos tienen sangre de feriantes, y te venden una piedra como si fuese la cosa más valiosa del universo.
¿La pega? El planeta estaba condenado: la mayor de sus lunas había recibido un impacto de un gran asteroide, que la había dañado seriamente, llevándola a colisionar con este planeta en cuestión de unos meses (siempre hablando en medidas terrestres estándar). Así pues, se había convertido en algo prioritario para la comunidad científica, puesto que los datos se perderían irremediablemente en un brevísimo periodo de tiempo.
El plan era ir allí, estudiar el terreno, dividirlo en secciones, y mientras tanto, juntar una flota de maquinaria de excavación y transporte, recortar todo el asentamiento de la corteza del planeta, dividiéndolo en pequeños trozos y ponerlos a salvo. ¡Fácil, je! El tiempo era muy ajustado: una previsión acelerada arrojaba una operación de alrededor de un mes y medio, sin apenas detener la maquinaria; esto, nos dejaba un par de días para recoger todo y salir de allí antes de que comenzase el mayor espectáculo de la galaxia. Los de Puglisi debían de estar frotándose las manos (por si no lo sabes, Puglisi es una empresa que vende artículos de lujo, como restos de planetas destruidos).
Gracias a la pesadez insistencia de Démil, acabé apuntándome a la excavación como mecánico. A fin de cuentas, si íbamos a estar perforando día y noche durante tanto tiempo, y sin pausa, no iba a faltar faena. Nuevos aires, buena paga y algo de acción. Es lo que me pedía el cuerpo.
Cuando llegué a la zona de excavación, ya tenían una base prefabricada montada y comenzaba a llegar la maquinaria. El trabajo era duro y las jornadas interminables. Como la atmósfera no era respirable, a veces trabajaba en la Crucible modificada que había posada a unos 100-150 metros de la base principal; otras me metía en el traje EVA y salía junto con otros, en el vehículo de mantenimiento. La gravedad era baja y una lluvia tóxica no dejaba de arreciar.
Conocí a una ingeniera informática, especialista en seguridad y encriptación alienígena, que además estaba tremenda: Sonia Chental; iba con el grupo de los arqueólogos. Parece que Démil intentó ligar con ella y le pego "tal corte" que no ha querido darme detalles. De todas formas, no había mucho tiempo para intimar.
Pasó el tiempo y cuando llevábamos algo más de un mes allí, tuvimos un día totalmente agotador: las excavadoras tenían que ser muy precisas para no dañar los restos, y habían dado con algo extraño y bastante grande. Era como un yacimiento enorme y esférico, algo como una geoda, que dentro contenía una pequeña cámara. Según los análisis, dentro de la cámara había algún tipo de fluido gaseoso, probablemente inflamable. Suspendida en el centro de la cámara, se detectaba algún tipo de fuente de energía. Tenían que perforar hasta la cámara y luego querían transportar su contenido integro. Para ello tuvieron que avisar a gente muy especializada. La verdad es que la cosa tenía injundia.
Más tarde aquel día, estaba en la Crucible, y vi una Starfarer con el logotipo de una palma llameante acoplarse a la base. A pesar de que en tiempos Ron me hablaba de "la competencia", el logo no me sonaba de nada. Pensar en aquello me trajo recuerdos de mi madre y el hangar. Me habría quedado abstraído de no ser porque el fuerte siseo de un hidráulico me trajo de vuelta a la realidad y proseguí con mis tareas.
De repente, vi por la ventana ráfagas de láser cuyo origen no podía localizar; barrían gente, cajones de material, vehículos y todo lo que se cruzaba en su camino. Me agaché para intentar ver más allá de los marcos de la ventana. Vi varias naves hacer una nueva pasada disparando. Eran claramente alienígenas: naves orgánicas y bulbosas. Hacían pasadas y disparaban buscando hacer el mayor daño posible. Seguramente no fuesen piratas, puesto que no parecían tener intención de recuperar nada. Algunas naves de transporte intentaron despegar, pero las hicieron añicos en cuestión de segundos; explotaban en el aire, caían y reventaban contra el suelo.
Se escucharon explosiones muy cerca. Habían alcanzado a la Crucible. Me puse el traje EVA y me dirigí al vehículo de mantenimiento. Una mecánica vio mis intenciones e hizo lo mismo.
Subimos al vehículo y dejamos atrás la nave de reparaciones, mientras nos dirigíamos al laberinto recortado en la superficie planetaria, para despistar a los atacantes que estaban destrozándolo todo. Vi como la Starfarer de antes despegaba, y se cargaba un par de los cazas atacantes mientras se alejaba a toda velocidad, al tiempo que un grupo de 6 u 8 naves la perseguían. Cada vez había más enemigos en el aire, y algunas naves de trasporte de tropas ya se habían posado. A lo lejos vi siluetas avanzando por el terreno. No sabría decir si eran humanos o no.
Nos adentramos en un estrecho cañón cavernoso, alejándonos de la zona del ataque. La idea era alejarse del peligro lo más rápido posible, utilizando corredores donde no se nos pudiese localizar desde lejos, escondernos hasta que los asaltantes se fueran, y después activar la baliza del vehículo para pedir socorro (si la activábamos antes, los que vendrían serían quienes pretendemos esquivar). No obstante, sin la antena de la base, el alcance de la baliza resultaba bastante "limitado": sólo serviría si casualmente alguien pasa por el sistema y cerca del planeta. La mecánica que me acompañaba se llamaba Iulia. En el tiempo que llevaba allí, apenas habíamos hablado; poco más que habíamos cruzado saludos. El soporte vital del vehículo de mantenimiento había sido modificado para las largas jornadas de trabajo, al igual que el de los trajes, por lo que podíamos aguantar bastante; no obstante, era mejor no desperdiciar oxígeno con charla insustancial. Guardamos silencio mientras nos íbamos alejando por esos solitarios parajes...
Llevábamos viajando cerca de 2 horas. Estaríamos a unos 15 kilómetros de la base. No era mucho, pero el terreno era una mierda, e íbamos serpenteando entre el terreno escavado para no ser vistos. Nos encontrábamos en el ciclo nocturno del planeta en ese momento y pasarían un par de días antes de que volviese al ciclo diurno. Estaba deseando que volviese "el día", pero tampoco le quedaba tanto tiempo a este planeta, así que lo mejor era salir de aquí cuanto antes... La visibilidad era tenue. Las múltiples lunas del planeta reflejaban una luz que parecía casi mágica, pero la lluvia tóxica entorpecía la visión. Además, no quería abusar de los faros por si nos localizaban.
Encontramos una gruta, con un techo lo suficientemente elevado para entrar con el vehículo. Miré a Iulia, asintió con la cabeza y dirigí el vehículo al interior. Decidimos esperar allí. La gruta estrechaba y no queríamos abandonar el vehículo. Para ahorrar soporte vital, nos pusimos a dormir un rato.
Pasarían unas 10 horas. En la gruta había total oscuridad. Decidí salir a pie y subir a un punto elevado para echar un vistazo. Le dije a Iulia que esperase en el vehículo. La baja gravedad me permitió moverme a grades saltos y, sin apenas esfuerzo, escalé una elevación rocosa. Pude ver las luces de la base a lo lejos. Era fácil distinguirla. No había mucho más: rocas, tierra y la base. Más de la mitad de los focos ya no lucían. Una gigantesca nave partía de la base y muchos de los cazas alienígenas la seguían. Parece que estaban marchándose. Esperé 10 minutos más a ver qué pasaba. El grupo de naves siguió alejándose hasta que los perdí de vista. Arriesgué a activar los sensores del moviglas... Nada. Parecía que habían abandonado la zona. Intenté acceder a las cámaras de la base, pero estaba demasiado lejos y el repetidor debía de haberse dañado en el ataque.
Regresé a la gruta. Acordamos volver a la base y pedir socorro desde allí. A fin de cuentas, entre el soporte vital del vehículo y el de los trajes teníamos para otras 10 horas. Y si veíamos algo raro, siempre podríamos volver al plan original.
Nos acercamos a la base y comprobamos que estaba desierta. Habían matado a todo el mundo. Miraba de reojo los cadáveres carbonizados por si reconocía a Démil. Mientras nos alejábamos habían iniciado un bombardeo y todo había sido convertido en escombros. Estábamos tan nerviosos que ni nos habíamos percatado de los impactos. O quizás como habían sido en la superficie y estábamos por debajo del nivel del suelo... ¡a saber: no soy geólogo! Buscamos los restos de la sala de comunicaciones. Nada; no había quedado nada. Activamos la baliza del vehículo y esperamos...
No sabíamos si iba a aparecer alguien antes de que nos quedásemos sin soporte vital. Habían pasado horas y el del vehículo estaba agotado. Tirábamos con los trajes. No recuerdo si era mayor el miedo de que volviesen los asaltantes o el de que no viniese nadie... y morir asfixiado cuando nos quedásemos sin oxígeno.
No hacía más que mirar los niveles del traje. Como estuve un rato fuera del vehículo, mientras Iulia se quedó en la gruta, a mi me quedaba como media hora menos que a ella. Intentaba no excitarme y respirar lentamente. Cada bocanada de aire contaba.
Dejó de llover. Una noche clara dejó ver el manto de estrellas y las varias lunas del planeta. En la más cercana se podían divisar los polos helados. Parecía enorme. Y en la más alejada, una superficie llena de cráteres y uno grande en el centro, como si fuera una cara que nos miraba. Ese era el que en cuestión de días aniquilaría el planeta bajo nuestros pies.
Si a todo esto le quedaban días a nosotros nos quedaban horas... seis... cinco... cuatro... tres... hora y media...
Iulia estaba llorando. Reconozco que yo también tenía los ojos irritados y humedecidos. -¿Tienes familia?-, pregunté. -Mis... mis padres... y mi novio. Discutimos cuando me apunté a esta locura y... bueno. No sé si sigo teniendo novio...-. Bajé la cabeza y guardé silencio. Escuchaba mi respiración. Trataba de controlarla. Llevaba horas dedicado en exclusiva a eso y me costaba seguir concentrado. Pensé en mi madre y en Ron. Pensé en Howard... ¿en qué andaría metido? ¿Y mi padre...? ¿Pensará en mi alguna vez?
Una hora... La radio del vehículo llevaba un rato cogiendo interferencias. Al principio pensábamos que era alguien. Poco a poco se nos iba agotando el tiempo y nadie respondía. El siseo de la estática me estaba causando nauseas... o quizás fuese cosa de los nervios, el cansancio, o que el sistema de soporte vital del traje estaba ya en las últimas. Notaba todo el traje empapado de sudor por dentro y no veía nada, porque con el vaho del visor tenía la sensación de estar mirando dentro de una pecera.
-¿Seguís ahí?- Nos sobresaltó una voz ruda que sonó por los altavoces. -Si podéis oírnos, aguantad. Ya estamos llegando...- Cerré los puños y grité de la emoción contenida. Iulia me abrazó y podía escuchar como reía. Casi podía sentir a través del traje cómo se le desbocaba el corazón.
A los 10 minutos apareció la Starfarer que había visto llegar horas antes a la base. -La Palma llameante- repetí en voz alta mientras miraba nuevamente el logo del costado.
Subimos a la nave. Mientras presurizaban la cámara estanca caí al suelo. No recuerdo si me desmayé. Recuperé la consciencia agarrado a varias personas me llevaban por el pasillo de la nave. Ya no llevaba la escafandra del traje EVA. -¡Estoy bien, estoy bien! Gracias- espeté instintivamente. Me soltaron cuidadosamente para ver si podía sujetarme por mi mismo en pie. Parece que el soporte vital de mi traje aguantó lo justo.
-¡Muy buena, Too Wild!- Una voz conocida que procedía de una figura que avanzaba a grandes zancadas hacia mí, me gritó desde el otro lado del pasillo. Era Démil, seguía vivo. Me abrazó, me dio un par de golpes en la espalda que todavía me duelen y soltó una carcajada. Sentí que había vuelto a casa. En mitad de donde estuviésemos, me sentí a salvo de nuevo. Pero a todo esto, ¿dónde estábamos? -Saliendo de la órbita del planeta- dijo uno que no me sonaba...
Dentro de la Starfarer había más supervivientes: el grupo de arqueólogos al completo había subido a la nave, junto con Démil y Sonia, y algunos más; en torno a veinte personas, más el personal de la nave. Íbamos a estar un poco apretados.
Al parecer, y por insistencia de los arqueólogos, la Starfarer había regresado para ver qué había sido de la fuente de energía desconocida, cuando recibieron la señal de la baliza. Los atacantes habían extraído del terreno la fuente de energía y se la habían llevado.
Una vez fijado el rumbo al punto de salto más cercano, quise conocer al capitán, y darle las gracias. Me dirigí a la cabina del "Sangre de Thor". Pasé por la cocina de la nave donde la multitud que iba a bordo estaba tomando cerveza y charlando animadamente. -¡Toma!- dijo un hombre corpulento, al tiempo que me ofrecía un botellín de cristal que casi me mete directamente en la boca. Lo agarré y miré la etiqueta. -Cowbeer- ponía en la etiqueta. -Según la receta original- postulaba en letras más pequeñas. -Es lo que queda de un pedido mayor- me explicó, -pero como hemos de ir a por más, no pasa nada por una caja más o menos...-. -¡Hey, Bob!- el hombre que no hace ni 3 segundos me había ofrecido la bebida, se giró hacia la atractiva joven que acababa de vocearle; Sonia sostenía boca abajo un botellín vacío y lo agitaba mientras dibujaba una sonrisa de oreja a oreja. Después le guiñó un ojo, ladeó ligeramente la cabeza y concluyó -¡pásame otra!
CONTINUARÁ...