Silencio...
Frío, aterrador. Una pantalla inmisericorde que refleja nuestros más profundos temores, nuestra más profunda verdad.
Vagando a la deriva por este mar infinito, contemplando la nada que se abre frente a mi, con los fantasmas de mi pasado como única compañía, no puedo más que preguntarme si ha merecido la pena.
Los restos de la Cutlass que acabo de derribar revolotean a mi alrededor recordándome que, al menos él tuvo una muerte rápida. Los sistemas de mi nave resultaron dañados en el encuentro.
Un encuentro que nadie venció.
Pienso en los hombres que he matado. Me digo que lo merecían, que eran escoria, que jamás dañé a un inocente. Mentiras en mi lengua, engaños en mi mente. Sé que no es cierto. Algo en mi interior, algo que quema, me cuenta la verdad.
Unos ojos se dibujan translucidos en el cristal de la cabina. No los reconozco y, sin embargo, me resultan familiares. No me miran con odio, ni siquiera con desdén. Es peor, mucho peor; su mirada es triste. No por ella, sino por mi.
El oxigeno empieza a escasear. Puedo sentir como cada vez me cuesta más arrancar una bocanada. La vida se apaga lentamente. Todo se oscurece a mi alrededor. Todo salvo aquellos ojos.
-Lo siento. -es lo único que logro susurrar.
Me cuesta pensar. Imágenes y sensaciones se entremezclan a demasiada velocidad.
-Lo siento.