SOBRAN LAS PALABRASEditorial
por
Ennis SobotkaColaboradorMe siento profundamente desorientado. En mis treinta y dos años como periodista, je trabajado en todo tipo de circunstancias: los campamentos de ocupantes ilegales abandonados en Ferron, en plena línea de frente durante dos años en Charon, hasta en QuarterDeck para un reportaje sobre las políticas de libertad condicional que al final no se realizó. He intentado buscar siempre situaciones donde el espíritu humano se vea desafiado, porque son esos momentos los que me parece que nos definen realmente como especie en los aspectos tanto positivos como negativos.
La semana pasada presencié algo que me dejó atónito. He tardado todo este tiempo en aclarar mis pensamientos acerca de la abrumadora falta de humanidad de la que fui testigo.
Estaba volviendo a casa tras haber asistido a la boda de mi primo en Kilian. El vuelo había sido bastante rutinario durante la mayor parte del viaje excepto por el detalle de que yo había comido un poco demasiado durante el recibimiento y estaba intentando evitar caer en un coma alimenticio. Poco después de haber entrado en el sistema Terra, me fijé en un grupo de naves que estaba persiguiendo a otra fuera de las sendas de tránsito, más allá de la senda orbital de Gen. Como soy curioso de natural y no albergaba ninguna prisa por volver a casa, fui a echar una ojeada.
A medida que me acercaba, vi que se trataba de naves de la policía local persiguiendo una nave de transporte que estaba demostrando ser mucho más ágil de lo que su aspecto parecía indicar.
La nave sospechosa tenía acoplado un gran contenedor externo de carga. Iba evadiendo los disparos esporádicos de la policía, maniobrando hasta encontrar el momento ideal para encender sus quemadores y escapar. Parecí que intentaba escapar del sistema.
Su maniobra pilló a los policías completamente por sorpresa y durante un segundo pareció que el delincuente iba a lograr escapar. Eso fue hasta que las naves policiales de reserva hicieron su aparición. Yo ni siquiera me había fijado en ellas. Habían mantenido su perfil de sensores lo suficientemente bajo como para poder acercarse sin ser detectadas.
El transporte a la fuga tampoco se dio cuenta hasta el último momento. Ahora se le estaban acabando las opciones. Yo estaba a punto de desentenderme de todo el asunto, suponiendo que el delincuente sería detenido en breve, cuando éste decidió expulsar su contenedor de carga e hizo otro intento por alcanzar el punto de salto.
El contenedor estaba perdiendo rápidamente algún tipo de gas o sustancia similar, lo que hizo que los policías parecieran dudar por un momento.
Dos de las naves policiales establecieron rápidamente un perímetro en torno al contenedor, el cual seguía dando tumbos de forma errática debido al chorro de gas, mientras que el resto siguió tras el sospechoso. Tras unos cuantos minutos, el contenedor de carga se quedó sin gas y siguió girando lentamente en la última trayectoria hacia la que lo había enviado el propelente. Poco después, el grupo de naves policiales que había proseguido en pos del delincuente regresó con las manos vacías.
Pude ver que los policías hacían todo tipo de escaneos al contenedor. Por último, se limitaron a esperar la llegada de una nave de remolque que se dedicara a llevar el contenedor hasta una plataforma donde pudiera ser inspeccionado. Por suerte, gracias a un trabajo anterior sobre el estado del crimen local, yo había hecho unos cuantos contactos dentro de la Fiscalía y el cuerpo de policía del sistema Terra. Hice un par de llamadas rápidas por el comunicador y pude llegar a la plataforma en el preciso instante en que terminaban de examinarla en busca de explosivos.
En retrospectiva, ojalá no hubiera estado. Forzaron la cerradura y abrieron el contenedor de carga. Dentro, estaba lleno de hileras de cajas apiladas. Cada una de ellas tenía a una persona en su interior, sometida a algún tipo de coma inducido, pero todas ellas estaban ahora muertas. Fue entonces cuando me di cuenta de que el gas de la fuga provocada cuando el sospechoso expulsó el contenedor se trataba de oxígeno. El esclavista le estaba dando a la policía la siguiente elección: atraparme o salvar dieciséis vidas.
Me sentí enfermo. Una de los policías me dio un vaso de agua. Me explicó que llamaban a esto “Suelta y Salta”. Se trataba de una táctica bastante frecuente entre cierto tipo de esclavistas.
Eso no me alivió. El enterarme de que los policías que había en esta habitación consideraban este incidente como “una de esas cosas que pasan” lo empeoró todavía más. Soy consciente de que la mayoría de los agentes de la ley necesitan mantener cierto desapego emocional para poder soportar las cosas a las que deben enfrentarse, pero esto… el hecho de que existe un truco para huir que se aprovecha de la decencia humana más básica me resulta atroz.
Contemplé cómo iban sacando los cadáveres del contenedor. Algunos de ellos tenían identidad: un fugitivo de Prime, un ladrón de Corel… pero otros no. Había un grupo de niños que serían enterrados sin ningún nombre en la lápida.
El esclavismo seguirá siendo una abominable fuente de ingresos mientras haya gente dispuesta a pagar por la posesión de otro ser sensible. Hay mucha gente que ha aceptado esto, pero yo pienso que se equivocan.
Jamás deberíamos aceptar esto. Ha llegado la hora de que adoptemos una postura al respecto y pongamos fin a esta locura: nuestro gobierno, agencias de la ley y fuerzas militares deben dejarse de medias tintas y pasar a la acción. Necesitamos mejores equipos de escaneo y penas más severas para los esclavistas y los funcionarios corruptos que permiten su existencia. Necesitamos hacer mejor las cosas. El que los niños de esos ataúdes murieran sin una identidad no significa que no sean merecedores de recibir justicia. La merecen más que el resto.
De lo contrario, ¿cómo podemos llamarnos civilizados?
Traducción por Vendaval en CE.
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