Autor Tema: Un relato de... ¡piratas!  (Leído 1395 veces)

23 de Abril de 2014, 19:03:20
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Klyon

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by Retaliator_Cowboy on Mie Sep 18, 2013 19:52:41

En las largas noches de la madrugada, cuando la congoja muerde el corazón como una fiera y las horas se hacen eternas, entre los recuerdos vienen momentos de la infancia. Momentos en donde recordamos nuestra inocencia. Momentos en los que recordamos cuentos y leyendas. Relatos y novelas que tenían como misión predisponer a la esperanza aún cuando esta pareciese hallarse fuera de nuestras pesadillas…

Durante la hegemonía de la UEE, galeones y mercantes traían desde los lejanos mundos los tesoros que eran la sangre del nuevo orden.

Con objeto de menoscabar el poder imperial y atraídas por las incesantes riquezas del todopoderoso imperio ,obscuras facciones e intereses ocultos en las cloacas imperiales lanzaban sus ataques contra dicho tráfico utilizando para ello corsarios, bucaneros y… ¡piratas!

Cuenta una leyenda que uno de los mercantes que hacía la ruta de regreso desde los mundos lejanos mundos fronterizos al puerto de Stanton fue asaltado y capturado por un corsario de particular ferocidad y famoso por atormentar a sus víctimas antes de darles muerte.

Durante dicho asalto, la escasa guardia que custodiaba el cargamento se rindió tras presentar una resistencia desesperada ante la aplastante superioridad del enemigo….

Todos... menos uno.

Acorralado por el mamparo de proa, un infante de los tercios Hispanicus, que se había embarcado en el navío a última hora, mantenía a ralla a los piratas que le acosaban y les hacía pagar, a no menos de seis de ellos, que ya yacían a sus pies sin vida.

Al a vez molesto he impresionado por el infante, que se batía, con ferocidad tal, que pareciera que el infierno le esperase tras la muerte, el capitán corsario ordenó que se le capturase vivo, con el objeto de doblegarle y usarle como ejemplo ante los otros prisioneros.

No menos de ocho piratas encontraron la muerte de su fuego y su daga antes de que el resto pudiesen someter al tercio.

Arrojado sin miramientos a los pies del capitán corsario, este le dedico una mirada burlesca y cínica, al tiempo que le espetaba…
-¡Bonita manifestación de valor!. Lástima que sirviere de tan poco al emperador cuyo tesoro jurasteis proteger-

Sin signo alguno de aflicción por la afrenta recibida, los ojos del tercio se clavaron en los suyos.

Sorprendido por la falta de reacción, el corsario murmuró…
-¡Desgraciada la mujer a la que améis, si al tomarla lo hacéis con tan poco arrojo!-
¡Brillaron con tanta pasión los ojos del soldado!. ¡Tensáronse tanto por la ira sus músculos!, que de no haber mediado los grilletes que le dominaban, el corsario hubiese temido por su vida.
Satisfecho este de haber encontrado un punto vulnerable que explotar, le increpó de nuevo con objeto de comenzar su humillación y, señalando la esclusa por la que se arrojaba a los prisioneros al negro vacio le espetó…

-¡Vaya, vaya!, así que sí que amáis a una mujer-, proclamó con sonrisa cruel. –Eso justificaría vuestro deseo de volver a verla y en ello vuestra lucha desesperada. ¡Pues bien, os ofrezco una oportunidad para ello!. ¡Nombradme cien razones que la adornen!. ¡Nombradme las cien razones por las que la amáis, y si la creo digna de vos, os permitiré vivir!- terminó entre las mofas y las chanzas del resto de corsarios.

Y a través de unos ojos fríos como el hielo, sin ápice de turbación, el tercio le devolvió la mirada. Se irguió cual alto era y se encaminó hacia la tenebrosa cámara desde la cual, volvió a enfrentar la mirada de su captor, respondiendo…

-¡Porque es ella!... Y por tal sobran vuestras cien razones-, mientras se giraba y comenzaba a andar hacía la caída que le conducía al olvido.

Estupefacto y sin podérselo explicar, el capitán corsario, al que la incredulidad y la curiosidad dominaban, le volvió a reclamar preguntando…
-¿Por qué entonces que tengáis tantas ansías por morir?. ¿Cómo explicar que no ansiéis volver a verla, tomarla entre vuestros brazos y prefiráis enfrentaros con la nada a cambio?-.
Y justo antes del último paso, frente a la inmensidad de las estrellas, con los ojos cerrados y una lágrima resbalando sobre su cara levantada hacia el cielo susurró…

-Porque ama a otro…-

Cuenta la leyenda que apenas murmuró esas palabras acaricio y presiono el interruptor de eyección como quien acaricia a una amante. Ordeno el capitán corsario se volase la puerta y se procediese presto a su rescate para, posteriormente, liberarle en una de las más lejanas colonias francas con la esperanza de que olvidase el amor que le atormentaba.

Y aunque, según dicen, conoció otros amores, jamás consintió en desposarse ni en desprenderse de un pequeño chip holográfico con el que, finalmente, fue enviado al corazón de una estrella tras su muerte.

Buena guardia a todos.
 


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